...las sirenas vuelven a romper el silencio de la madrugada y los cuerpos anónimos yacen en una página eternamente reciclada, una fosa común periodística a donde van aquellos cuyos nombres jamás se conocerán. ¿A alguien le importan un carajo? ¿A tí te importan? ¿Quiénes eran? ¿Cuánto gritaron mientras eran torturados? Son 18 cuerpos, carne lacerada, sangre seca y pestilencia. Acaso debamos medir las estadísticas delictivas en toneladas de carne humana amontonada en el Semefo.
La bestia de cuyas ubres amamantamos está herida y sangra a mares. La sangre financiera viene del Norte y empieza a inundar la frontera con su pestilencia. En 1982 y 1995 Tijuana se cobijó en su edén dolarizado, en sus miles de turistas e inversionistas que nos hacían sacarle la lengua a la Gran Tenochtitlán desde nuestro fronterizo blindaje financiero. Pero hoy esos turistas huyen despavoridos. Hace tiempo nadie viene a una frontera regada de muertos y aún en el onírico caso de que la paz reinara en la entidad, ellos ya no tienen un centavo que gastar. La parranda financiera deviene en cruda monumental, la cruda de las calles fantasmas de Rosarito, de los letreros de “Se renta, se vende, se traspasa, se remata” en mil y un negocios quebrados, en la sinfonía de las esperanzas rotas. Aspirantes a migrantes, les regalo un consejo: Ya no vengan para acá.