Quemar la villa para salvar la villa

La sociedad norteamericana escogió a Obama porque se presentó como el político diferente que necesitaba el sistema. No sólo lo republicano apestaba. "América" necesitaba algo nuevo, diferente. "América" necesitaba esperanza. Con una retórica inspirada en los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX, Obama supo hacerla y le ganó a todos: a Clinton, a Bush, a los Halcones Negros, a los prejuicios raciales.
Ahora al hombre le han dado el premio Nobel de la Paz. Se lo dieron por ordenar el cierre de Guantánamo y permitir cierta justicia a los actos del gobierno y el ejército norteamericano justificados en la guerra (supresión de derechos y tortura). Entre el anuncio del premio y su entrega, Obama decidió mandar 30 mil soldados más a Afganistán.
Ayer que le dieron el premio, Obama no habló de la paz. Reiteró, con firmeza, el papel de los Estados Unidos cómo policía del mundo. Con sus palabras, Obama justificó los misiles, las bombas, la tortura, la supresión de derechos civiles, los daños colaterales, el uso de las minorías como carne de cañón y la economía de la guerra.
De vez en vez, Obama se disculpa diciendo que nadie tendría que esperar cambios de la noche a la mañana. Obama sólo es un trademark exitoso. Slogan, producto de la cultura de masas, mantra, personaje secundario en un capítulo de Spiderman.
Buena la hizo el stablishment norteamericano. Transmutó, en una vistosa jugada que muchos nos tragamos, en nada. Revolución sin revolución. Esperanza por bling bling. Obama, Nobel de la Paz, Lord of the War.
El discurso íntegro, aquí