Cuenta la historia de un lejano país que vivía agobiado de malas noticias…

No hace falta que se lo cuente yo a usted porque lo vive todos los días… hasta que un día, un equipo de fútbol para el que apenas hacía un mes pedían la horca, le ganó a la selección francesa en el Mundial.
Ahí, casi que llegamos al primer mundo. Calderón feliz, porque una noticia buena tendrá para el informe que se avecina. De paso, el senado prepara un reclamo a la Unión Europea para que nos devuelvan la isla de la Pasión, el penacho de Moctezuma y los huesos de Don Porfirio para enterrarlos bocabajo.
No más 5 de maiou!, la nueva efeméride es 17 de junio. En adelante, los viejos contaran a los niños como la miseria de un país con un presidente inútil, sumido en la violencia, con problemas económicos y otros largos etces fue suspendida, por breves instantes, con un simple chicharito.
México, desde ayer, ya es otro. Aquellos que critican, que se encojen de hombro o que separan el fútbol de lo demás, no son finísimas personas sino unos verdaderos aguafiestas.
Claro, los que se montan en un partido de fútbol que ni siquiera jugaron para pedir silencio ¿qué? La "felicidad" causada por el fútbol se magnifica por la obscuridad en que está sumido este país. Sí, tenemos derecho a disfrutar el triunfo de un equipo de fútbol. Tenemos derecho también a que esa noticia no estuviera acompañada por dictámenes de la suprema corta, de ejecuciones, de corrupción, de uliseses, fideles, anastasios, bettys y largos etces. Que el triunfo mexicano rompiera la monotonía de un país limpio, aburrido y ordenado donde nunca pasa nada. Eso no es felicidad, es un justo desahogo.
Si con un chicharito se provoca tanta felicidad. Entonces, ¿qué carajos hacen los gobernantes con tanto poder y dinero? Imagine usted los orgasmos que provocarían, digamos, un poco de justicia y honradez.
La-Ch, 19 de junio de 2010