Tomar la tribuna por un día


Cada generación tiene historias y motivos distintos. Las calles son tomadas constantemente por movimientos sociales organizados que encuentran en las manifestaciones, los plantones y las tomas un camino para mantener una agenda o cumplir objetivos políticos. Generalmente son los de abajo y/o a la izquierda. Solo excepcionalmente las calles son tomadas en acciones que rompen brevemente la distancia social entre unos y otros. ¿Cuántas veces hemos salido a las calles?, ¿cuántas veces la “normalidad política” es interrumpida por manifestaciones generalizadas para decir que algo está mal?
Cuando el último informe de Miguel de la Madrid mi abuelo estaba eufórico, un diputado se había animado a interrumpir tímidamente, con la delicadeza con que uno trata de hacerse atender por un mesero patán en un restaurant, el soliloquio presidencial. A pesar del gesto mínimo, su renosancia simbólica marcó un hito. Eso, junto con las marchas por el fraude del 88, las orejas de burro de Vicente Fox, el EZLN y la máscara de puerco de Marco Rascón. Pero aún no era el tiempo de mi generación. La calle nos tocó a nosotros cuando la toma de la UNAM por la PFP, con las acciones militares de Estados Unidos después del 9/11, con las marchas blancas en contra de la delincuencia, con los feminicidios de Juárez, Atenco y Oaxaca, el fraude electoral del 2006 y los recorridos de López Obrador y Javier Sicilia por todo el país. Todo lo que enumero es el manifiesto del hartazgo, de la desesperación, de la indignación y de la confusión. Pero terminan por apagarse, la normalidad que nunca fue termina por asimilar la anomalía y todos regresamos a lo nuestro, con o sin solución.
Los gritos y empujones en el Congreso, las máscaras de Salinas y Zedillo, el intento de impedir la toma de Felipe Calderón y los espectáculos de Noroña no son otra cosa que expresiones de la anormalidad democrática que padecemos. No hay nada que hacer ante la ausencia de diálogo, ante los oídos sordos, el grito y la pancarta. Las partes no se van a escuchar: unos están muy seguros de sus ideas y otros de su poder. Solo así escuchamos a Noroña, solo así nos dimos por enterados de que había un conflicto poselectoral. Es decir, se sale a las calles de manera generalizada cuando ya no hay opción posible, cuando el desastre es inminente o de plano ya nos fregó. Los legisladores llegan a los actos físicos, a las pancartas y a la toma de la tribuna, porque no existe una democracia donde la diferencia, el debate y la negociación se puedan sentar juntos. Es la democracia del mayoriteo y el más fuerte. Eso no es lo deseable, eso es lo que tiene a nuestro país en pésimas condiciones.
Por todo lo anterior no encuentro ninguna lógica, ninguna gracia, a que una diputada local del Distrito Federal, de la que no vale la pena consignar ni nombre ni partido, haya alentado y empujado a niños de primaria y secundaria a “arrebatar el micrófono”, a tomar la tribuna y a lanzar consignas con pancarta en mano. Es muy distinto salir a las calles, tomar la tribuna o plantarse donde sea por una convicción, a que una representante popular se aproveché de su posición y convierta lo que tiene como fin alentar la formación cívica y la participación ciudadana en un espectáculo que solo puede preocuparnos. Al gobernador o diputado por un día hay que agregarle su contraparte, la toma de tribuna por un día. No es un asunto de mal gusto, para nada, es el reconocimiento tácito de que las instituciones sí se fueron al diablo. Ante el fracaso de la democracia, ante el fracaso político de las generaciones precedentes, aprendan a tomar la tribuna para hacerse escuchar. Reconozcamos que la democracia en México es una simulación y denunciémoslo de una vez. De paso, sin pena, saquemos al niño del aula y enseñémosle a tomar la calle, no vaya a ser la de malas que se gane un lugar en la Ruta Hidalgo y tenga el dudoso honor de tener que saludar de mano al presidente… o peor aún, se transformen en cerdos burgueses o asalariados de mierda.