Esto de los viajes es algo raro. Inevitablemente te transforman. De repente te das cuenta que ni las cosas ni uno son tan importantes como queremos creer, que los esquemas no son tan cuadrados como se piensan y que nuestra presencia no es tan necesaria como lo dicen las palabras. Todo bien. El mundo es más amplio de lo que la rutina establece. El tiempo es atemporal, las obligaciones son un correo archivado.
Viajar (y luego volver) sirve también para romper con el pasado. No es que este desaparezca, el pasado seguirá con uno hasta la muerte, supongo; pero deja de ser un pasado inminente, un pasado presente, si existe tal conjugación. Una especie de ruptura en la continuidad de los hechos. El pasado se vuelve pasado y el presente se convierte en una hoja en blanco, una expectativa.