Por Pablo Scarpellini,
1 de mayo.- Conmueven las miradas ajenas a la gripe porcina, desesperanzadas por una vida perra que acaba de sufrir otro golpe de mala suerte. Son una treintena de indocumentados, hombres y mujeres, que esa mañana de mucho sol saltaron la valla desde Tijuana para intentar su aventura en el desgastado sueño americano. Les han fallado las piernas y la brújula y los han pescado los de la patrulla fronteriza de Estados Unidos, de vuelta al caos y a la desesperación de una ciudad marcada no sólo por el crimen del narcotráfico y la crisis económica, sino por el miedo a la gripe porcina que ha dejado más de un centenar de muertos en el centro del país.
Aguardan entre vallas para reingresar forzosamente a México, mientras una funcionaria les recuerda con su mascarilla que lo de la gripe porcina es cosa seria, como si alguno de ellos tuviera un pinche peso para gastárselo en protecciones antivirales. Su vacuna es la indiferencia.
Al otro lado de ese enrejado, el enésimo que compone este laberinto limítrofe, pululan las miradas de los que llevan tatuado el desdén por todo lo que está pasando, alarmados por el incesante goteo de noticias y por el posible contagio que les espera en su México natal. Llevan mascarillas de diferentes estilos, algunas casi infantiles que sirven más para mostrar solidaridad con la causa que para proteger la vida de nadie. Ana, una trabajadora de Tijuana, reconoce que la suya no sirve para mucho, pero siempre es mejor llevarla.
Pese al miedo, el tráfico de gente que cruza a pie una de las fronteras más transitadas del mundo sigue incesante, la mayoría sin máscara y otros pocos que sí. Se ven parejas de gringos con pintas dudosas dispuestos a comprar unas cuantas baratijas y ponerse de comida barata hasta la bandera. Y también transita la señora con el pañuelo puesto en la boca, muy fina y muy compuesta, con su bolso de Gucci de imitación.
Es una frontera extraña, surrealista, desigual. Entrar a México es tan simple como atravesar unas puertas giratorias, como las de un parque de atracciones. La vuelta es justo lo contrario, nervios, colas y entrevistas de inmigración con la pregunta de si me dejarán volver a entrar.
Y es que muchos querrían huir, salir de Tijuana, dejar la miseria que rodea su paisaje, escapar de la mala racha. La mayoría prefiere entrar al mundo de los ricos, asomarse a los primeros metros al otro lado donde la diferencia es grotesca, con sus centros comerciales desafiando las chabolas apostadas contra la valla metálica. La gripe porcina es otra excusa para salir corriendo. Nadie te quiere, Tijuana.
Scarpellini, Pablo, Nadie te quiere Tijuana, en El Mundo.es, 1 de mayo de 2009
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/05/01/cronicasdesdeeeuu/1241179813.html