No se puede creer en autoridades que nada han aportado para resolver los feminicidios en Juárez, pero el cinismo no se perdona. El procurador general de justicia de Chihuahua y funcionarios involucrados en la investigación del asesinato de Susana Chávez, en Ciudad Juárez, nos aclaran que la poeta/activista caminó solita hacia la muerte. Puntualizan que Susana estaba desempleada desde hace varios años, que invitó a un amigo a seguir la farra en el centro de la ciudad y que este, serio y responsable, declinó por estar ya muy tomado. Después de estas notas sobre su calidad moral, con toda sensibilidad, se hace saber que la muerte de Susana Chávez es producto de un “desafortunado encuentro”. La lectura entre líneas es que ella se lo buscó por ser mujer, por andar sola en las calles y por borracha. Así de duro como se lee.
Sin duda que la pequeña fama que acompañaba a la víctima da notoriedad al infortunio. Si no, sería una aguja entre las 33 mil ausencias que nos han ido enmudeciendo desde el 2006. Dice la autoridad que el asesinato no guarda relación alguna con el activismo que desarrolló Susana. Es difícil creerlo, pero incluso Amnistía Internacional y su propia familia parecen aceptarlo. Pero se trata de una escritora, una poeta, a la que cortaron su mano izquierda. El simbolismo del acto aterroriza, parece un mensaje fuerte y claro para todos. Si la muerte de Susana es fortuita, sin mayor causa que una violencia extrema y generalizada, el mensaje es peor. Juárez… México, vive una violencia aleatoria. Hoy sales de tu casa, a lo mejor no vuelves. ¿Cuál de las interpretaciones es peor?
El asesinato de Susana Chávez en Juárez no puede ser evaluado de manera aislada, ni como un caso fortuito. Su muerte, acompañada a los ataques, asesinatos y desapariciones de periodistas y activistas sociales, es ominosa confirmación de que la libertad de expresión en México, en todas sus esferas, pende de un hilo, ya sea por acción criminal u omisión gubernamental.