Razones para votar



Este es un texto personal, redactado en parte desde la racionalidad y en parte desde las experiencias y emociones acumuladas desde el 1 de julio del 2006. Durante la actual campaña fui a tres mítines a favor de Andrés Manuel López Obrador, en todos me ganó la emoción y estuve a punto de llorar. No por gusto o ilusión, sino porque el fraude del 2006 dejó daños y heridas irreparables en nuestro país, mucho tendremos que pasar antes de que volvamos al punto en el que estábamos cuando a Vicente Fox se le ocurrió que podía impedir que Andrés Manuel López Obrador fuera presidente de México. Muchos piensan y afirman que no hubo fraude y que esto solo fue un invento del candidato para evadir su derrota. Lo acepto y lo respeto. Sin embargo, ese fraude yo lo atestigüé semana tras semana en el campamento del V Distrito de Tijuana. Tuve la oportunidad de participar en los conteos aprobados por el Tribunal Federal Electoral y de ver el desorden que dejó el manoseo de los votos, la manipulación y el cinismo del juez designado y de los representantes de los tres principales partidos: el PRI, el PAN y el PRD. Eso fue en lo micro, en vivo, en corto. Así que, si me preguntan si hubo fraude, soy uno de los miles de testigos. Eventos posteriores, como la negativa del IFE a proporcionar copia de las actas de casilla a la revista Proceso o al académico Sergio Aguayo, así como espectáculos brindados por legisladores priistas en la Cámara de Diputados, declaraciones del propio Vicente Fox o de Elba Esther Gordillo no han hecho más que confirmarlo. El último acto de Vicente Fox acaba con cualquier duda, fraude a la nación y luego  a su partido. Se dicen muchas cosas para descalificar esta denuncia del fraude y por estigmatizar las posiciones políticas de izquierda. Cada vez más, son argumentos que no se pueden tomar en serio, y que están cargadas de odio y desinformación. El fraude y la guerra sucia nos dividieron como país. Al fraude lo descalificaron con chistes y sarcasmos, pero cada día que pasa los que lo hicieron muestran su verdadero rostro. Por esas razones, desde entonces, mi voto para el 2012 ya estaba decidido.

El fraude pasó y Felipe Calderón tomó protesta. Pensé que sucedería lo mismo que con Salinas, quien se sentó en la silla presidencial y tuvo una gestión que  hasta los primeros minutos de 1994 se consideró brillante. Sin embargo, la gestión de Calderón ha sido un sobresalto tras otro, una pesadilla. La violencia, que siempre ha estado ahí, nos brindó escenarios de antología. La gestión económica tampoco ha sido buena, ni la política. Del gobierno de Calderón agradezco que esté por terminar. Pero tengo más cosas que recriminarle que  las que le puedo aplaudir, lo mismo que a Fox, que pasó de sueño a pesadilla: Atenco, Oaxaca, los miles de muertos y los desaparecidos, los asesinatos de defensores de derechos humanos, periodistas y activistas, el desdén a los niños de la guardería ABC y a los deudos de Pasta de Conchos, los migrantes muertos en el noreste del país, la desaparición de las aerolíneas mexicanas, la desaparición de Luz y Fuerza, la pobreza, pero sobre todo la corrupción, la incapacidad y el cinismo.
Estamos ante la disyuntiva de replantearnos un nuevo rumbo en cuanto a la política económica, en el ejercicio de la ciudadanía y en las relaciones entre la sociedad y el Estado, o de seguir por el mismo camino que nuestro país ha recorrido en los últimos treinta años.

El panorama que tenemos ante nosotros no es alentador. Por un lado tenemos un gobierno federal que se ha impuesto una agenda con tema único, con resultados lamentables, una violencia social casi generalizada e indicios de la inclinación del gobierno federal al autoritarismo y la falta de diálogo. Por el otro, tenemos una clase política que, en el conjunto, nos queda a deber. Dinosaurios y políticos corrompidos en activo tienen en sus manos la conducción del país.

La transición, que comenzó desde finales de los ochenta, con los triunfos de la oposición al interior del país, está a punto de colapsar. Sería necio negar que izquierda y derecha tuvieron aciertos y yerros. Pero es por lo segundo que el PRI está a punto de volver a Los Pinos. Por preservar la presidencia en el 2006, se aceptaron actos políticos antidemocráticos. Poco se hizo para detener la corrupción y políticos de todos los partidos entraron en el juego de la omisión, las componendas, el tráfico de influencias y los negocios sucios. Acción Nacional se sometió a los caprichos de un presidente violento e irracional, que les empujó a posiciones políticas que están por cobrarle la factura. Si las datos son ciertos, el PRI tiene hoy porcentajes de aceptación que no se veían desde 1988. Desde entonces, la entonces oposición conformada por PRD y PAN sumaban juntos más votos que los candidatos de PRI. ¿Qué provocó que un partido que no ha tenido gestiones brillantes desde que salió de la presidencia, que más bien ha tenido gobernadores corruptos y represivos (Arturo Montiel, Ulises Ruíz, Mario Marín, el propio Peña Nieto o Eduardo Bours Castelo) esté por ganar la presidencia? Esto solo ha sido posible por la complicidad de las cúpulas de los partidos, por las gestiones de alcaldes y gobernadores, por el pésimo gobierno de Felipe Calderón, por la cobardía del PRD al momento de defender sus posiciones y plegarse de facto a los mandatos de Felipe Calderón o aceptar en sus filas a personajes como Arturo Núñez o Manuel Bartlett, y por el desprestigio acumulado de la derecha y la izquierda cuando se quedaron atascados en el camino de la confrontación. El regreso del PRI a la presidencia representa el estrepitoso fracaso de los partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática.

Si bien experimentamos una amplitud sin precedente en los debates que se dan en la opinión pública, cierto es también que son muy claros los actos de sumisión o colusión de periodistas y medios con intereses políticos, ideológicos y económicos. La sociedad en su conjunto ha avanzado, pero no se puede llegar más lejos sin la democratización de la economía, de los medios de comunicación, que se suman a la autocensura y la conveniencia.

Si la izquierda desea llegar a constituirse como una fuerza que verdaderamente represente los ideales e intereses de un amplio sector de la sociedad tiene que pasar del necesario recuento de los agravios a la estrategia y el convencimiento.  Es más, tiene que comprometerse a defender los intereses de los que han sido golpeados por la corrupción, la deshonestidad y la impunidad.

Hay un gran vacío que han llenado los ejemplares movimientos sociales que han levantado su voz para denunciar las injusticias y que se sitúan más allá de la izquierda electoral, aún a pesar de que algunos coincidan parcialmente con ella. Me refiero al sindicato de Mexicana, a los padres de la guardería ABC, los deudos de los mineros de Pasta de Conchos, a los mineros de Cananea, al Sindicato Mexicano de Electricistas, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, a la gente de Atenco, a la gente de Wirikuta, al asombroso movimiento juvenil #yosoy132 y  otros movimientos regionales que no alcanzan a trascender a la agenda nacional pero que han llenado un vacío de honor y dignidad.

El Partido Acción Nacional perdió la confianza que la sociedad mexicana depositó en él desde finales de los ochenta. Baja California, Tijuana, mi ciudad, ha sido orgullosamente panista desde entonces. Eso era visto como algo bueno, como algo digno, algo de lo que nos podíamos sentir orgullosos los que aquí vivimos. Con esa confianza, con ese empuje, ganó la presidencia en el 2000, todavía le alcanzó para engañar a México e imponer a Felipe Calderón en el 2006. Insisto, hoy quedan pocas dudas de ese fraude. Luego de su segura derrota, tendrá que hacer un profundo ejercicio de autocrítica. Esta elección la tenía perdida desde el 2006, y el desfonde electoral es castigo y consecuencia de una presidencia inoperante. Pero siguen representando a la tercera parte de la sociedad mexicana. Deben estar ahí, deben actualizar su agenda, recuperar su agenda democrática, reconocer sus errores, señalar a los responsables y reconciliarse con la sociedad mexicana.

La mayor parte de los panistas y priistas que conozco son personas honorables, trabajadoras y responsables. Las etiquetas no funcionan para calificar las ideologías políticas. El problema de partidos y organizaciones es el sometimiento de los individuos a normas absurdas, a liderazgos atrasados, corrompidos o comprometidos a intereses obscuros. En la medida que individuos y organizaciones se liberen de esos liderazgos, la sociedad gana.

En mi vida he dejado de votar una ocasión, he votado por el PAN, por México Posible, por la coalición formada por los partidos PRD-PT-Convergencia y por Convergencia. En realidad nunca he votado por el PRD. No sé si lo haré en esta ocasión, pues el PRD ha sido uno de los partidos que aprobó la Ley Televisa, la Reforma Energética, se prestó para boicotear otra ley de medios presentada por el legislador Javier Corral y, sobre todo, le dio la espalda a la sociedad mexicana y a Andrés Manuel López Obrador durante seis años.

Voto por Andrés Manuel López Obrador porque representa cosas positivas y una posibilidad de movilizar una estructura que se negó a seguir avanzando. Es cierto que tiene insuficiencias, pero también que tiene mejores atributos que sus dos adversarios juntos. Es para la izquierda porque se merece la oportunidad de gobernar. Es un voto que busca reivindicar la política, luego de los fraudes de 1988 y del 2006, así como de la estafa que resultaron ser Vicente Fox y Felipe Calderón. Mi voto es por Andrés Manuel López Obrador porque es incluso mejor candidato de lo que era en 2006. Mi voto es también para Mariana Chávez Aguirre, para Sergio y Aracely Brown, Pablo Yáñez Plascencia, Alejandro Vizcarra Estrada, Martha Patricia Ramirez Lucero, Roberto Plascencia José Medina y todas aquellas personas que desde entonces no han dejado de luchar por un México mejor. No es un voto útil, ni es un voto movido por etiquetas eufóricas, es un voto congruente con mis convicciones, es un voto razonado, es un voto lleno de dignidad y de respeto por los que no piensan como yo.