El patrimonio perdido

(A propósito de la Puerta México) 

Nos orgullecemos de ser tijuanenses. Recurrimos a la palabra Tijuana en todo momento: los buenos tijuanenses, los verdaderos tijuanenses. Sin embargo, la nuestra es la historia del patrimonio perdido. El desdén a las evidencias materiales de nuestra cultura es crónico. Nuevamente nos enfrentamos a esta situación con la Puerta México. ¿Se justifica la destrucción de una obra que se vincula con uno de los arquitectos cruciales en la historia de nuestro país, por simples razones de practicidad y modernización? ¿En qué momento nuestra ciudad hará una gestión adecuada de su patrimonio? A pesar de los innegables esfuerzos, la destrucción siempre va por delante.
El arquitecto e historiador Eloy Méndez sitúa la construcción de la puerta México en las postrimerías de un período de arquitectura en México llamado nacionalismo revolucionario, que se extiende de 1915 a 1962, como las acciones arquitectónicas y urbanísticas del Estado nacido de la Revolución Mexicana con el propósito de dejar su impronta en el paisaje a través de monumentos que dieran fe del progreso que la lucha, y los gobiernos emanados de este, trajeron a la nación. Estas construcciones y monumentos, nos dice Méndez, imprimen en el paisaje urbano la narrativa de momentos históricos y de intereses que tienen la capacidad y el poder para actuar sobre éste. En todo caso, la Puerta México está vinculada a uno de sus principales artífices. Mario Pani es un arquitecto vinculado al propósito del Estado Mexicano, revolucionario o posrevolucionario, mediante el urbanismo y la arquitectura. En Tijuana, la Zona Río, el Cecut y la Puerta México forman parte del inalcanzable proyecto ideológico de llevarnos a la modernidad. La Puerta México y el Cecut (de Pedro Ramírez Vázquez) son obra de dos arquitectos fundamentales en esta tarea, artífices de construcciones insignia de nuestro país. La Puerta México está relacionada con otras construcciones que buscaban modernizar el norte de México, dentro del Programa Nacional Fronterizo, impulsado por Adolfo López Mateos, y ofrecer un rostro distinto hacia el exterior. En esa medida, sería fundamental conservar la Puerta México, tanto como por su relación con la historia regional y nacional, así como como parte del legado de Mario Pani.
Nuestro patrimonio nos vincula con un sistema de significados, personajes, momentos de nuestra historia, grupos sociales. No solo es el pasado por el pasado, es el futuro lo que está siempre en juego: nuestra cultura, nuestra identidad, se expresan en el patrimonio cultural, histórico y social. Es un factor de integración entre el sujeto y la ciudad. La antropóloga Ana Rosas Mantecón señala que con el patrimonio estamos ante elementos tangibles (atributos urbanísticos y monumentales y sus condiciones materiales) e intangibles (actividades productivas, formas de vida y elementos de la cultura popular). Frente al patrimonio el sujeto entra en una relación plural en términos temporales e identitarios con una totalidad integrada: lo antiguo, las transformaciones, la memoria y el simbolismo del que está cargado. 
La tarde del 30 de diciembre del 2011 el gobierno municipal de Tijuana dio comienzo a la demolición del edificio de lo que había sido la cárcel municipal desde los años cincuenta. Antes de llegar al Año Nuevo, el edificio ya era escombros. Hablar del patrimonio de Tijuana es hablar de un paisaje fantasmal. Hemos perdido muchos espacios a lo largo de nuestra historia, acarreados siempre por el desdén y la ignorancia, así como por el afán de mexicanizar o modernizar a nuestra ciudad: desde las calles diagonales del plano de Ricardo Orozco, los hipódromos y casinos, especialmente el Agua Caliente, muchos espacios de la avenida Revolución, la nave industrial de las pinturas Corona, el Toreo de Tijuana, el hospital civil que se ubicaba en la avenida Constitución, los cines, la cárcel municipal y el edificio de bomberos (La Ocho). Con la Puerta México, tenemos nuevamente sobre la mesa la necesidad de establecer mecanismos reales que nos permitan identificar, proteger y gestionar el patrimonio histórico de nuestra ciudad. De seguir así, nunca podremos escribir adecuadamente el relato de nuestra ciudad. Es necesario que nuestro territorio no sea únicamente el de la memoria, el de las ruinas, el de las cosas que ya no están. Cada vez que se suben increíbles fotos del pasado de Tijuana a los diferentes grupos que sobre el tema hay en las redes sociales, me pregunto dónde queda esa ciudad, qué ha hecho que perdamos esas joyas. Es innegable que se han hecho trabajos de conservación y restauración importantes. Destacan los casos del Antiguo Palacio Municipal, la Casa de la Cultura, la alberca del casino Agua Caliente y, recientemente, el Nuevo Teatro Zaragoza. Pero en realidad nuestro patrimonio está a merced de estas decisiones. No solo es la Puerta México, no solo es la arquitectura. Ahí están el arroyo Alamar y la vegetación nativa. La urgencia es mucha, la importancia de gestionar el patrimonio es vital en la construcción de una identidad compleja y diversa. 
Puede resultar aberrante que mientras en esta ciudad no tengamos problema en adoptar lo bizarro, lo grotesco y las ocurrencias como representativo de la ciudad: los vagabundos, las ruinas, las construcciones mal hechas. Etiquetan con la palabra Tijuana cualquier cosa e invariablemente lo compramos. Pero ese orgullo parece falso cuando permanecemos indiferentes ante la desaparición de los espacios en los que ha transcurrido nuestra historia. Aunque claro, tal vez solo se cuestión de no ser mediocres, voltiar para adelante y seguir abrazando lo chafa como el sello de nuestra ciudad.